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Diario de un asistente de limpieza mística

Capítulo I: El receptor de la muerte no pedida.

Érase una vez que me llevaron a la bendición y protección de una casa. Un hogar ya hecho en todos los sentidos, no era una nueva construcción como a la que solemos ir – o la competencia católica -; esta es una casa con algunos llevados a cuesta. Eso me dio sospecha e inquietud, y no por ser un mocoso de 18 años significa que era – o soy – pendejo…

Casa normal, dos pisos, un poco grande, de familia de clase media alta, con cochera para dos coches, jardín, 3 recamaras, cuarto de servicio y una pequeña piscina. Acabados bonitos, bien equipada con aparatos de buena gama. ¿Qué putas madres hacíamos allí?…

Lo único que recuerdo – a la distancia – es el olor…

Un pinche olor a podrido, a mierda, como si nunca hubieran lavado o barrido la pinche casa. El hedor llegaba hasta afuera de la casa, desde que llegabas al patio, el olor hedía como si acabaran de matar un animal. Más tarde me di cuenta que así había sido…

Cabe aclarar que yo tenía, para ese encuentro, menos de 20 años, pero eso no indica que no sabía lo que hacía y en lo que me metía. Y otra cosa, brindaba asistencia a mi tío, quien es un ser diferente. Estudioso de lo místico, de esas cosas que nos intrigan, nos causan curiosidad y en la mayoría de ocasiones, mucho miedo…

Este pariente mío es un iniciado, primero por elección y después por convicción. Y es que para adentrarse a esos planos hay que estar marcados, y en nuestro linaje los genes nos bendicen o condenan. Él – no pongo su nombre por proteger su intimidad – descubrió a través de sus estudios que somos la mitad de lo que nos vemos. La otra parte flota en recónditas dimensiones de luz y oscuridad, sujetada por finos hilos hechos con polvo de las estrellas…

Al menos eso es algo de lo que me ha contado. Es muy reservado con todo lo que sabe, sólo me dice lo necesario para cuando lo acompaño, ya que no quiere me involucre mucho…

Para ese día, en un mes de agosto lluvioso, con harto viento, nos trasladamos a una colonia por el norte de la ciudad de… Es una zona populosa, con muchas vecindades, mucha gente y gran actividad comercial, y por lo mismo, también hay alto índice de delincuencia, así que, amarren la moto, el perro, coche y al poste mismo en otro poste más aguantador…

El chiste, después de traer a la inútil policía – que al caso es un pleonasmo de actividad delictiva – para que les echara un ojo a nuestros vehículos, entramos a la casa de la familia Her… quienes nos recibieron con urgencia, pero con un dejo de gusto por haber llegado a ese ombligo de la …

Sólo estaban mamá y papá, sus hijos, por lo que nos contarán al momento de entrar a la casa, tenían semanas que se habían ido con sus parientes a otra colonia con más caché. Y no porque la casa estuviera al tono de las demás de la cuadra; créanme que no, este no era – o es – un chante cualquiera. La residencia es tal cual, una residencia de 5 recamaras, amplia sala, un comedor como para 12 personas y la cocina tipo colonial, con horno de piedra incluido, y ese si me consta verlo…

Pero el teje y maneje era en la sala, ya que ahí, por indicaciones de mi tío. Los anfitriones quedaron confundidos con la petición, ya que, según ellos, las actividades nada normales, estaban en las recamaras; pero a pesar de una tibia protesta, asintieron el área elegida…

Hay que decir que el relato de las manifestaciones en ese domicilio ya los teníamos desde hace días, así que los señores Her… resumieron un poco lo que estaban pasando, y hay que decir, sin entrar en muchos detalles por respeto a su identidad, creencias y honor, que se estaban pasando de verch el o los entes que allí rondaban. Pero no eran entes que llegaron de manera gratuita; al parecer unos vecinos y comerciantes – competencia suya – envidiosos, les tiraron con todo…

Su negocio, así como salud física y mental estaban siendo vapuleados sin misericordia. Esta familia vende comida, principalmente mariscos, y prosperaron con muchas ganas, paciencia y sacrificios. Tienen 3 locales distribuidos en el mismo número de mercados de esa mencionada ciudad. Una vez le caí con unos cuates al que queda cerca de mi casa y la neta, se la rifan los ñores…

Como no había mucho que agregar, el tío empezó a hacer sus maniobras místicas. Debo relatar un poco como son sus ritos…

Primero, murmura unas oraciones, y lo hace casi como si fuera un siseo que, honestamente, nunca le he entendido ni madres lo que recita; y esto lo hace en medio de la pieza de la casa que escogió, en este caso, la sala…

Segundo, inicia una pequeña caminata en círculos, lógicamente, si el espacio lo permite. Cuando empezaba con él, nunca se me había ocurrido contar dichas vueltas. Pero con curiosidad me di cuenta que son seis a la izquierda, nueve a la derecha, siguiendo el mismo eje y después termina con siete hacia delante de ese eje, pero, si lo dibujas en un papel, tiene el mismo punto de partida…

 Yendo en ese paso dos, notamos que había cierto zumbido y las lámparas del recibidor se apagaron – perdón, se me paso la hora, pero ya eran las 5 de la tarde y como ya dijimos, fue un agosto muy lluvioso, y por lo tanto, nublado…

Tercero, saca de sus bolsos del pantalón un rosario con un juzu entrelazado. ¡Ah! El juzu es igual a un rosario, prácticamente sirve para lo mismo, decir oraciones… Y es usado por los budistas… Al momento de tenerlo en su mano izquierda, ya ha frenado sus círculos, en el mismo patrón que ya he mencionado…

Cuarto, de sus bolsas del saco extrae un poco de sal e incienso en polvo y lo rocía en los cuatro puntos cardinales, tomándose él mismo como poste de referencia…

¡Holy shit! Ya estábamos escuchando gemidos en tonos graves y de audio alto. Los perros de los vecinos aúllan sin cesar y el cielo deja caerse con intensa lluvia, truenos y granizo…

Quinto, se acerca a los clientes, porque así les decimos, y más porque esto no es de a grapa. Rodea a ambos, y en una visible acción, los inspecciona, cierra los ojos cuando da con el principal receptor de la cagada, colocándose delante de éste, con un medio metro de separación…

Sexto, alza sus brazos, con oraciones dedicadas a la misericordia y al verdugo – esto no lo explicaré porque lo tengo prohibido bajo pena de maldición culera – y… viene lo interesante…

Sin que nadie lo espere, ni yo, aunque ya lo haya vivido varias veces, alcanza a la persona maldecida, lo toma del brazo siniestro, y como si tuviera algo adherido, jala con suma fuerza, o sea cabronamente y lo arroja a la salida más cercana, en este caso, el amplio ventanal de la sala que da a la calle – como ya pueden deducir, no escoge los espacios arbitrariamente -, éste estaba justo a espaldas del tío…

Me crean o no, todos fuimos empujados por un impulso que nos desequilibro y casi nos tira hacia atrás. ¡No mames! Los lamentos que iban detrás de esta fría, y sin mentir, hasta caliente a la vez, nos hicieron temblar y con deseos de salir corriendo sin voltear atrás…

Lo más culero, y cagado, vino de inmediato, esta energía hizo vibrar las ventanas y ¡ffuuuuff!, sale, literalmente, pero en un trágico giro del destino, con consecuencias que todavía no he pagado, le da un vergazo a un motociclista que iba pasando en ese justo y desgraciado momento…

¡¡MIeeeerrrddaaa!! El pobre tipo pareciera que un auto lo hubiera embestido por su lado izquierdo…

Alcance a ver que salió disparado a su derecha y reboto con el asfalto como unas seis oportunidades…

La motoneta rodo a esa misma dirección y resquebrajo todo su chasis; tuercas y partes del pequeño motor volaron para todos lados, lo que incremento el pánico en mí, y creo que en todos los que estaban alrededor…

Ahora son los gritos del conductor que escuchamos más fuerte…

Nos repusimos del fogonazo de aire energético y un tanto estoicos, veíamos la calle, veíamos la sangre brincar y chorrear…

No podíamos movernos, y no por algo que nos lo impidiera, al menos no externo a nosotros…

Era la sorpresa, terror, incredulidad, pero, sobre todo, el intenso miedo que nos hizo mearnos como mínimo, me consta, los charcos debajo de cada uno de nosotros estaban más que visibles… No sé si alguno de nosotros se cagó…

Alguien me zarandea, por lo que provoca que mi esfínter pareciera una compuerta de represa abierta a lo máximo…

Dos, tres, cuatro, cinco cachetadones…

A lo lejos…

Gritos de “reacciona…”

Parpadeo como si despertara de una pesadilla y exhalo un largo suspiro, casi gritando…

“No mames pendejo, saca ese celular que siempre estás viendo y marca a emergencias…”

Después de ese día renuncie, pero no me dejaron, dice mi tío que no puede acostumbrarse a otro asistente con la misma confianza que me tiene…

Todavía sigo viendo como el motociclista se levanta pesadamente, con estertores de dolor y chillidos que un puerco envidiaría…

El, o, mejor dicho, los motivos, tenía ensartado un pedazo de manubrio izquierdo en donde está el pene, que, para estas alturas, no creo que pudiera salvarse…

Lo más espeluznante fue cuando enderezo su cabeza, el ojo izquierdo colgaba como vil cuajo desprendido…

Lo grotesco y cuasi cómico, es que el tipo no sabía que tocarse, si la entrepierna o la cara…

Hasta aquí mi relato, porque estos recuerdos son como flashbacks, y después, lagunas mentales cabronas… Lo único que me queda es escribir y desahogarme sin arrepentimientos, haiga sido como haiga sido, ya paso y ese infeliz inocente, o no, le cargo el payaso sin restricciones…

Y yo fui parte de esa expiacón…

  • Agosto 28, 2023
  • Lunes, 16:20 horas…
  • En algún lugar de la Puebla de retorcidos ángeles…

Este relato tomo forma gracias a una vivencia de Michel “Pingu” Espinosa y que le rolo – no sabemos por qué, al indigente que pasa cada tres días, dos veces por semana, por eso que aceptamos por oficina, y éste lo reformulo en su cerebro y lo regresó a el intento que tenemos de editor, el malhumorado Invidente Zurdo…

Escrito por Invidente Zurdo

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